Con motivo de las declaraciones del
botánico Raúl Bernal, en el Simposio Mundial de Palmas que culminó el 26 de
junio en el Jardín Botánico del Quindío, que afirmó que la Palma de Cera del
Quindío “está muerta en vida”, traigo a colación apartes del artículo
“Vestigios de un paisaje fósil” que escribí para
La Crónica del Quindío en septiembre de 2006:
La palma de cera del Quindío (Ceroxylon Quindiuense), reportada en
1801 por el naturalista alemán Alexander Von Humboldt a su paso por el Camino
del Quindío, declarada “árbol nacional” de Colombia en 1985 por el presidente
Belisario Betancur, constituye un elemento fundamental del maravilloso escenario
natural que son las “Montañas del Quindío”, desacertadamente llamadas cordillera
Central.
¿Quién no ha disfrutado de la
esbeltez de este símbolo patrio y de la flora nacional, cuya presencia no pasa
inadvertida cuando se asciende por encima de los 2.000 m.s.n.m.? Colombianos y forasteros
hemos admirado incansablemente las espigadas palmas que se alzan 60 metros por encima del
suelo en las montañosas del “Alto Quindío” y que sirven como iconos para
promocionar al paradisíaco valle de Cocora en Salento.
Sin embargo, un buen observador no omite
que entre pastizales no se encuentran palmas jóvenes, es decir, que el paisaje
está matizado sólo por individuos adultos, que por su exuberancia, hacen
olvidar que no hay sucesión generacional, que no existe en los potreros
germinación y crecimiento de plántulas que aseguren su reproducción, tal como
sucede en las zonas boscosas que circundan la parte alta del valle donde se observa,
entre el sotobosque, el crecimiento de pequeños ejemplares que garantizan la
reproducción de la palma, otrora perseguida inmisericordemente para las
procesiones del Domingo de Ramos en Semana Santa.
Este paisaje de palmas adultas entre
praderas, que tanto atrae al visitante, es como una sociedad de hombres y
mujeres mayores sin niños. Y es que para que la semilla de la palma germine
debe existir unas condiciones de humedad y semi-oscuridad que sólo se dan entre
el sotobosque, por lo que es poco probable que los frutos que caen a los
pastizales se reproduzcan, y si acaso sucediera, la plántula estaría expuesta
al ramoneo y el pisoteo del ganado caballar y vacuno, y al implacable control
de malezas de los ganaderos.
Así las cosas, y a riesgo de que se
me tilden de agorero, el tradicional escenario del valle de Cocora con sus
palmas de cera corre el riesgo de no tener continuidad en el tiempo, con esto
quiero decir que una vez que las palmas adultas entre potreros, culminen su inexorable
ciclo de vida, desaparecerán, y con ellas uno de los mayores atractivos del lugar.
Desconozco qué se podría hacer para
resembrar con palmas los potreros y asegurar la conservación del Árbol Nacional
en las zonas que una vez fueron su hábitat natural, sólo sé que ésta situación debería
preocuparnos a todos los que nos esforzamos preservar el medio ambiente y fomentar
el turismo de naturaleza en el país del “realismo mágico”. De continuar las
cosas así, lo más probable es que en pocas décadas la Palma de Cera, entre
pastizales, en el valle de Cocora, no hará parte integral del paisaje.
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