Muchos disfrutan que se les llame doctor en reconocimiento a la
superioridad y prestigio que creen y quieren tener.
La palabra
doctor tiene varias definiciones según la Real Academia de la Lengua Española,
entre las que se cuentan: «persona que ha recibido el más alto
grado académico universitario» y «título particular que da la Iglesia católica
a algunos santos en atención al especial valor de la doctrina de sus escritos»;
pero también trae la acepción para el médico u otro profesional especializado
en alguna técnica terapéutica así no haya alcanzado el grado de doctor. En el
artículo «El significado y la importancia de ser doctor», publicado por El
Diario.es, se lee que «Un doctor es aquel que ha elaborado una tesis
doctoral y obtiene la más alta titulación universitaria posible. Solo unos
pocos médicos son doctores, mientras que la inmensa mayoría de los doctores no
guardan ninguna relación con la medicina».
De modo que no se es merecedor a que a su nombre le antepongan el apelativo de doctor por sólo haber alcanzado un título universitario de pregrado, especialización o maestría. Tampoco se es digno de este tratamiento por ostentar riqueza o poder, o por desempeñar cargos directivos o de representación pública. Así que todo apunta a que estamos frente a una patología social que pretende dar y satisfacer superioridad, anacronismo en una sociedad que se resiste a dejar atrás el clasismo como medio de diferenciación entre sus individuos.
Un asunto de
similares características se presenta con el trato zalamero y empalagoso que se
observa con frecuencia en los cuerpos legislativos del Estado. En el carnaval
de los egos de no pocos de los que transitan por la vida política, se volvió
norma el mutuo trato de honorables, formalismo que debería estar reservado para
las personas que actúan con honradez y que por ello son dignas del respeto y
admiración por los demás, pues la palabra viene del latín «honorabilis»
cuyo significado es digno de ser honrado. Así que la cualidad de honorable no se
adquiere por el hecho de ser congresista, diputado o concejal ni se pierde al culminar
el periodo para el cual fue elegido.
Al parecer muchos
de esos a los que llaman doctores y honorables creyeron ser de mejor familia y
merecer tratos especiales, personajes que se empeñaron en acuñar pintorescas expresiones
como la de “usted no sabe quién soy yo” cuando se les llama al orden y
comportamiento.
Recuperemos la sencillez y la cordura
Nuestra
sociedad sería más sencilla y amable si nos despojáramos de tantos protocolos
insulsos que peinan los moños de la vanidad. ¿Si a nuestro interlocutor hay
necesidad de reconocerle el cargo o profesión que desempeña, qué afán hay de
decirle doctor? Entonces digámosle con respeto ministro, alcalde, gerente,
político, senador, diputado, ingeniero, arquitecto, administrador, abogado, biólogo,
pintor o escritor según sea el caso.
Pero por
encima de cualquier distinción, el variado léxico del idioma español nos ofrece
palabras como señor y señora para referirse a alguien respetable que muestra
dignidad en su comportamiento, usado para dirigirse a personas de superior en
edad, dignidad o cargo, o como término de cortesía para abordar a alguien cuyo
nombre se desconoce o no se quiere mencionar. O también están las palabras don
o doña, tratamiento de respeto que se antepone a los nombres de las personas.
Señor,
señora, don o doña son palabras inequívocas e inmejorables para referirnos con deferencia
y cortesía hacia los demás y darles el trato más digno y educado que se le
pueda dar a alguien en el seno de una sociedad.
Armando
Rodríguez Jaramillo
@arj_opina /
@quindiopolis
1 Comentarios
Suficiente ilustración y muy oportuna aclaracion para q en adelante ni equivocarnos y menos ofender a quien no se lo merece. A Dios lo que es de Dios y a don cesar lo q es de don cesar
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