A los gobernantes del Quindío todo los divide, nada los acerca.
___________________________________________________________
La historia registra que cuando se dio el grito de independencia
el 20 de julio de 1810, y sin haber asegurado la emancipación de los españoles,
los criollos se embarcaron una confrontación interna entre Centralistas, que
abogaban por un ejercicio del poder desde Santa Fe de Bogotá, y Federalistas,
que proponían gobiernos provinciales autónomos e independientes sin depender de
un estado central.
Para la dirigencia política de la Primera República fueron más importantes
las diferencias que la consolidación de un modelo de nación cohesionada
socialmente y articulada jurídica y democráticamente. Este escenario de disputa
lo aprovechó el “Pacificador” Pablo Morillo para la reconquista de la Nueva
Granada, periodo recordado como la Patria Boba.
EL rifirrafe criollo a la postre salió caro. El general Morillo
hizo una campaña a sangre y fuego llevando al cadalso a los más ilustres granadinos
que, habiéndose formado en reconocidos claustros de la enseñanza santafereña, asumieron
las ideas de la ilustración y acompañaron al sabio Mutis en la Expedición
Botánica. Entonces la construcción de la Segunda República, después de la
Batalla de Boyacá, quedó en manos de militares que reclamaban reconocimiento
por los servicios prestados y que no dudaron en atizar rivalidades entre Bolívar
y Santander con el fantasma del centralismo y federalismo a cuestas. A partir
de ahí la historia la conocemos todos.
Lo paradójico es que dos siglos después esta situación parece repetirse
en el Quindío, departamento que atraviesa por una delicada crisis económica, con
altos índices de desempleo y pobreza, y con un evidente deterioro de la calidad
de vida de su población, realidad que demanda la inaplazable unión de su
dirigencia para superar las dificultades y generar prosperidad y bienestar.
No obstante, los gobiernos del Quindío y Armenia insisten en un enfrentamiento
que ya suma varios lustros. Parecería imposible imaginar que no exista un solo
asunto en el que puedan estar de acuerdo, pero es así: todo los divide, nada
los acerca. Y en medio de enemistades, el deterioro social y económico sigue su
curso y la región se rezaga cada vez más del anhelado desarrollo.
Es más, estas peleas seculares tienen un efecto viral en sus
seguidores que adoptan comportamientos similares a los de las barras bravas del
fútbol en defensa de las posturas radicales de sus gobernantes.
Y como dicen que en tiempos de guerra todo vale, en esta
conflagración se usa armas convencionales y otras menos convencionales, sin
prestar atención que los perdedores somos todos los quindianos. En la lucha por
el poder, el fin justifica los medios.
Y como el departamento está ad
portas de cumplir medio siglo de vida político administrativa, no se nos
haga raro que se celebren dos bodas de oro: el cincuentenario del Quindío y el
cincuentenario de Armenia como capital. Entonces habrá festejos para todos.
No sé para dónde va esto, pero sí sé que con este modo de hacer política
y de entender la administración de lo público no es posible enfrentar los
desafíos del siglo XXI. Seríamos ilusos si creemos que enfrascados en
conflictos político-personales vamos a superar los problemas socio económicos y
de calidad de vida que nos aquejan;
seriamos soñadores si pretendemos que con este grado de enfrentamiento interno
podemos transitar hacia un Quindío de bienestar sustentado en la educación, la
ciencia y la tecnología; sería una utopía pensar que con antagonismos podemos construir
capital social.
Así como el país tuvo sus años de Patria Boba, el departamento del
Quindío atraviesa por un momento similar.