Armando Rodríguez Jaramillo. Armenia, (Quindío, Colombia).
16 de abril de 2014
Aunque en 2016 el Quindío cumplirá sus bodas de oro como departamento,
su voz es de origen precolombino y su identidad se formó en el estado
soberano del Cauca y en el departamento de Caldas; o sea que somos jóvenes como
entidad territorial pero no como territorio.
Las fechas especiales tienen que servir
para propósitos especiales. Deben ser aprovechadas como punto de partida para
avanzar hacia mejores porvenires con base en la experiencia acumulada, deben se
capitalizadas para hacer lo que no hicimos en los primeros 50 años.
En ocasiones sentimos que el Quindío de
antes era mejor, que extraviamos el rumbo en algún recodo del camino. Es por
esto que debemos mirar al futuro con optimismo y no con la sensación de
hallarnos en un camino sin salida, pues esto sería como entrar en el oscuro
túnel del no futuro, del territorio fallido, de la sociedad inviable. Es más
fácil no hacer, criticar y destruir que imaginar opciones y construir futuros
plausibles, pues esto supone estar conscientes de las cosas que hicimos mal, de
las que seguimos haciendo mal, de lo que necesitamos enmendar y, sobre todo, de
lo que deseamos ser.
Lo primero que hay entender es que el
café dejó por siempre su huella en la región, pero mientras acumulamos dos
décadas de crisis cafetera nadie nos esperó, por el contrario, otras regiones y
el mundo continuaron con su propia dinámica y muchos crecieron y progresaron,
lo que sugiere que no solo nos estancamos sino que nos cogieron ventaja.
Lo segundo es que el café trajo
prosperidad y riqueza, propició ciudades con tendencia a la conurbación,
impulsó la construcción de carreteras, puestos de salud, escuelas y servicios
públicos rurales, permitió la acumulación de capitales, mejoró la seguridad en
el campo y muchas otras cosas. Pero la crisis de la caficultura nos hizo dar
cuenta que la prosperidad de las décadas pasadas tenía sus limitaciones, que la
distribución del ingreso no fue tan equitativa como se pensó, que la inversión
de los excedentes de capital en otros negocios no se dio, que los procesos de
inclusión social fueron tímidos, que no hubo proyecto de modernidad e
innovación, que no se consolidó un modelo de civilidad, de comportamiento
social y de orden moral de amplia aceptación, que no se tenía cultura política
para enfrentar las nuevas realidades.
En conclusión, no estábamos preparados
para que colapsaran las estructuras económicas y sociales sobre las que
construimos nuestro bienestar, carecíamos de propuestas para enfrentar la
crisis y no tuvimos capacidad de reacción. Las últimas dos décadas trajeron
problemas que los gobernantes, partidos políticos, dirigentes gremiales y
cívicos, y la sociedad en general no supimos resolver. Esta tesis no debe
interpretarse como un juicio de responsabilidades, sino como la aceptación de
una incapacidad que estamos en la obligación a superar para encarar el futuro
que queremos.