Armando Rodríguez Jaramillo. Armenia (Quindío - Colombia).
02 de marzo de 2014
Todos sabemos que por acción u omisión del hombre la naturaleza se ha deteriorado, que el equilibrio de los ecosistemas se alteró, que el ciclo hidrológico y climático se trastornó, que muchas especies de fauna y flora han desaparecido o están en peligro de hacerlo y que los suelos se erosionan a pasos acelerados.

Hace cuatro décadas este departamento era como un hermoso bosque, pues los cafetales estaban bajo sombrío produciendo lo que ahora llamamos cafés especiales y diferenciados. Luego vinieron uno magos y dijeron que eso no servía y que había que sembrar a libre exposición para lo cual recomendaron tumbar los guamos, carboneros y cámbulos de los cafetales. Pues vinieron las consecuencias y pasó lo que tenía que pasar: se alteraron los caudales de los ríos y quebradas, se erosionaron los suelos, le quitamos su habitad a las aves, mamíferos y roedores, eliminamos los controles biológicos y modificamos el clima haciendo los inviernos más fuertes y los veranos más secos.
Luego nos dio por mecanizar con arados y rastrillos las tierras bajas cultivando yuca y sorgo causando problemas erosivos. Y en las laderas de la cordillera arrinconamos a nuestros bosques con potreros para meter vacas y novillos de más de 400 kilogramos que con su pisoteo propiciaron terraceo y movimientos en masa allí donde nacen nuestras fuentes de agua. Y como si esto fuera poco, a Armenia y a las ciudades vecinas les dio por crecer sobre las mejores tierras propiciando la urbanización rural, mientras contaminábamos los ríos y politizábamos la gestión ambiental.
Definitivamente no hemos tomado en serio esto del medio ambiente y más vale que lo hagamos a tiempo, pues las consecuencias la sufrirán nuestros propios hijos.