Desolador panorama


 Armando Rodríguez Jaramillo. Armenia (Quindío - Colombia).
02 de marzo de 2014

Todos sabemos que por acción u omisión del hombre la naturaleza se ha deteriorado, que el equilibrio de los ecosistemas se alteró, que el ciclo hidrológico y climático se trastornó, que muchas especies de fauna y flora han desaparecido o están en peligro de hacerlo y que los suelos se erosionan a pasos acelerados.

No es necesario ser expertos ambientales para darnos cuenta que irresponsablemente tenemos patas arriba nuestro hábitat natural y que los efectos de esta perversa depredación y de la lentitud de las autoridades  saltan a la vista. Aún no se borran de nuestras mentes los recuerdos de aquella ola invernal de 2010 que arrasó con poblaciones, carreteras, cultivos, ganaderías, diques y miles de vidas humanas, cuando nos vemos asolados por los incendios de miles de hectáreas de bosques en Ungía (Chocó) y en Ciénaga en la Sierra Nevada de Santa Marta, o por la inclemente sequía en el Casanare donde se cuentan por miles los animales que mueren de sed mientras se lanzan alertas tempranas por el intenso verano en Boyacá, Santander y varios departamentos de la costa Caribe.

Y mientras esto sucede, los quindianos aún podemos ver el verde de nuestra vegetación y contamos con ríos y grifos con agua.  Sin embargo, este atractivo paisaje cafetero se ha venido deteriorando de forma evidente, y de seguir así, pronto padeceremos los desastres ambientales que muchos compatriotas están sufriendo.

Hace cuatro décadas este departamento era como un hermoso bosque, pues los cafetales estaban bajo sombrío produciendo lo que ahora llamamos cafés especiales y diferenciados. Luego vinieron uno magos y dijeron que eso no servía y que había que sembrar a libre exposición para lo cual recomendaron tumbar los guamos, carboneros y cámbulos de los cafetales. Pues vinieron las consecuencias y pasó lo que tenía que pasar: se alteraron los caudales de los ríos y quebradas, se erosionaron los suelos, le quitamos su habitad a las aves, mamíferos y roedores, eliminamos los controles biológicos y modificamos el clima haciendo los inviernos más fuertes y los veranos más secos.

Luego nos dio por mecanizar con arados y rastrillos las tierras bajas cultivando yuca y sorgo causando problemas erosivos. Y en las laderas de la cordillera arrinconamos a nuestros bosques con potreros para meter vacas y novillos de más de 400 kilogramos  que con su pisoteo propiciaron terraceo y movimientos en masa allí donde nacen nuestras fuentes de agua. Y como si esto fuera poco, a Armenia y a las ciudades vecinas les dio por crecer sobre las mejores tierras  propiciando la urbanización rural, mientras contaminábamos los ríos y politizábamos la gestión ambiental.

Definitivamente no hemos tomado en serio esto del medio ambiente y más vale que lo hagamos a tiempo, pues las consecuencias la sufrirán nuestros propios hijos.