De fútbol, religión y política

Armando Rodríguez Jaramillo. Armenia (Quindío - Colombia).
Publicado en el diario La Crónica del Quindío el 15 de septiembre de 2009

Con un amigo de vieja data, caracterizado por un pragmatismo elemental y por una prudencia natural, compartí una improvisada tertulia en medio de dos aromáticos tintos en un café del centro. Mientras la mesera nos traía la dosis de cafeína, tuve el tiempo suficiente para detectar cierta perplejidad y frustración en su rostro.

–¿Qué te pasa? ¿A qué se debe esa cara?

Como quién tiene una preocupación que no sabe si contarla o callarla, mi amigo dudó en contestar por unos segundos. Al fin tomo aire y dijo:

– Tú sabes mejor que nadie que soy un montañero criado con fríjoles, arepa y mazamorra, es decir, nací en familia de paisas con tradiciones y principios, hombre de palabra como nos lo enseñaron desde chiquitos. Pero hoy parece que todo esto estuviera mandado a recoger –y se quedó callado expresando desagrado.


–A ver, a ver. Desembucha ese entripado que traes antes que te ahogues.

–Tú sabes que soy godito y nunca he dejado de votar en las elecciones, así sepa que voy a perder, pues tan solo recuerdo haber ganado dos veces para presidente: una con Belisario y la otra con Pastrana, aunque nunca lo hemos logrado para alcaldía y gobernación; sin embargo, seguiré votando como godito porque no soy capaz de cambiarme de partido. Mire, en mi casa me enseñaron a ser católico desde niño y toda la vida lo he sido, por eso no puedo irme para otra religión así no más como quién cambia de camisa. ¡Ah!, y se me olvidaba, desde niño mi papá nos llevó al estadio y siempre fui hincha del “quindiito” del alma, aunque solamente una vez fuimos campeones por allá en 1956, pero definitivamente soy incapaz de ponerme la camiseta del América o del Nacional siendo cuyabro; además, como si fuera poco, toda la vida seguiré pendiente, domingo tras domingo, de cómo queda el equipito de la tierra así perdamos una y otra vez, sea en la A o en la B.

Mi amigo me quedó mirando con esos ojos de rabia y de nostalgia con que miran los hombres que son derechos. Su mirada me dejó sin habla, yo realmente no sabía que opinar sobre sus comentarios pues tenía mi propia opinión sobre política, religión y fútbol. Esas son cosas, me dije a mi mismo, que se llevan dentro hasta los tuétanos, son cosas fundadas en las convicciones, principios y creencias de cada persona. Ante mi silencio, él retomó la palabra y exclamó:

–Cómo entristece ver todo patas arriba. Lástima que eso de la ética y los principios, cosas que se aprendían desde niño en la casa, ya no se enseñan ni en la casa ni en los colegios ni en la sociedad. Para mí, definitivamente, la persona que cambia de religión, cambia de equipo de fútbol y cambia de partido político, no es de fiar, pues esa persona es capaz de vender cualquier cosa, hasta la mamá.

Por espacio de un minuto, tal vez dos, un raro silencio se tomó aquella mesa de café, silencio que fue roto por un amigo mutuo que al sentarse nos dijo:

–Pero qué les pasa, ¿acaso están en trance?

–Casi, casi –le dije–, es que al escuchar lo que dice este, uno queda anonadado por la forma cómo ha cambiado nuestra sociedad.