Diágolo en Otranto

Armando Rodríguez Jaramillo
Armenia (Quindío - Colombia),06 de abril de 2009


Diálogo político entre dos amigos ficticios construido con frases, entrecomilladas, de personajes como: Napoleón, José María de Maistre, Balmes, Amiel, Posada Herrera, Ángel Ganivet, Anatole France, Bernard Shaw, Cánovas del Castillo, Francisco Romero Robledo, Eugenio Rohuer, Conde de Romanotes y algunas anónimas.

En Abulia, a orillas del Adriático, una tarde dialogaba el salentino Heraclio con Tiridates, persona nativa de Karakala pueblo del Pequeño Caúcaso. A diario estos amigos se reunían para plañir por el infortunio a que eran sometidos sus pueblos víctimas de mezquinos gobiernos.

—Has notado que  “la política es la fatalidad” —dijo Heraclio.

—¿Por qué lo dices amigo mío, si “toda nación tiene el gobierno que se merece”?

—Tal vez te asista la razón Tiridates; sin embargo, siento que “hay países donde el peor gobierno es siempre el existente”.

Tiridates quedó pensando en lo dicho por su compañero. —No estoy convencido de lo que dices, pero “ay de los pueblos gobernados por un poder que ha de pensar en la conservación propia”.

—Ten presente —reparó con desdén Heraclio— que “las instituciones no valen más que lo que valga el hombre que las aplica”.

—Si en tu Provincia llueve, por Karakala no escampa, pues con frecuencia y desfachatez se oye a los gobernantes decir: “si yo lo hago mal, vosotros lo habéis hecho peor. Si mis medios de gobernar no son buenos, entiendo que los vuestros no serán mejores”.

—Son sabias tus palabras —acotó Heraclio—. Ellas me recuerdan una frase que mi padre repetía en elecciones: Hijo, “desconfío mucho de los gobiernos concebidos entre cábalas y…” triquiñuelas.

—¡Huy!, se nota que llegaste a viejo ignorante de los egos que rondan por los corredores palaciegos, esos que lo llevan a uno a pensar que “el arte de gobernar es la organización de la idolatría” —replicó Tiridates con aire de resignación.

Luego de un efímero silencio que sirvió para recuperar el aliento, Heraclio agregó con enérgica voz: —Creo que todos estamos cansados de lo mismo, siempre lo mismo. ¿O es que no colma la paciencia que “en política lo que no es posible es falso”? ¿Qué “en la aritmética política, dos y dos no son jamás cuatro”? ¿Qué “en política vale más prometer que dar; pues la esperanza obliga más que la gratitud”?

Las sentencias de Heraclio enardecieron el ánimo de su contertulio y lo impulsaron a decir:

 —¡Qué no nos agobie mas el desánimo y el yugo del sometimiento! No podemos seguir cometiendo “este grave error político, este estúpido afán de asegurar que en la mano del gobernante está la felicidad de todo el mundo…”. ¡No!, la nuestra, así como nuestro destino, se debe reconstruir con un nuevo amanecer político.

—Calma Tiridates, ten presente que el cordel se rompe por la parte más delgada y que “más fácilmente que a una pareja de bueyes se conduce a un pueblo, pero ¡ay del conductor si los bueyes recuerdan que fueron toros!

Con la tenue luz de la agonizante tarde, entre graznidos de aves en busca del nido y con el canal de Otranto en lontananza, Heraclio y Tiridates se despidieron con la sensación de no saber en qué momento fue que se jodieron sus pueblos.