Esos simbolismos que dan forma a nuestras vidas.

 

De ahí que casa y hogar guardan un vínculo espiritual que nos lleva a pensar en el origen.


Las palabras casa y hogar tienen un valor simbólico y significados entrelazados. Casa proviene del latín casa y se refiere a una habitación hecha de estacas y ramas que sirve para protegerse del frío y del calor, que a su vez la pensamos como choza o cabaña. Hogar tiene una hermosa etimología proveniente del latín focus que significaba tanto fuego o brasero como hogar, y de donde se deriva la palabra castellana fuego.

Así que casa es el sitio donde se habita y nos protegemos del frío y del calor, pero también se relaciona con hogar, hoguera y calor a familia. Recordemos que en torno a la hoguera las sociedades primitivas se reunían para darse compañía, protegerse, compartir sus experiencias y crear lazos de fraternidad, de la misma forma que luego lo hicimos alrededor del fogón en las cocinas de nuestras casas para preparar los alimentos.

De ahí que casa y hogar guardan un vínculo espiritual que nos lleva a pensar en el origen, en el lugar donde crecemos, donde amamos y somos amados, en el espacio donde nos sentimos protegidos y en el que la palabra familia entreteje significados existenciales. Entonces me acuerdo de las casas de los abuelos y la de mi infancia. En mi mente están sus lugares, sus corredores y vestíbulos, sus cuartos de habitación, el portón de ingreso, el patio interior y el solar. Sin embargo, la cocina y el comedor me generaron especial afecto porque eran sitios de encuentro donde las horas se iban sin distracciones (como las de los celulares) mientras compartíamos la preparación de los alimentos gracias a los saberes de mi abuela y de mi madre, conocedoras ellas de recetas memorables y de sazones exquisitas que luego degustábamos en la mesa de comedor. Aquellos dos lugares eran los más importantes de la casa y el hogar, los escenarios perfectos para que los mayores narraran historias y cuentos desbordantes de imaginación. Allí se pasaban las horas conversando, cocinando, comiendo, jugando y transmitiendo las tradiciones de familia y también sus valores y principios. Con nostalgia y enorme gratitud pienso en los que ya partieron para siempre, mientras siento el olor que emanaba de esas cocinas y el calor del hogar en aquellos años en los que la percepción del tiempo era tan lenta que se hacía eterna.

 

«Vaciar lugares donde se vivió es abrir cajones, closets y alacenas para decidir qué quedarnos, qué tirar y qué destruir, es resolver en un instante lo que nos seguirá acompañando». 

 

Estos pensamientos regresaron ahora que me mudo del apartamento donde viví en los últimos cuatro años. Entonces me he puesto a recordar cuando desocupamos la casa de mis padres, esa donde mis hermanos y yo nacimos y que por cerca de 25 años fuera nuestro hogar. Luego, cuando mis padres partieron a la eternidad, me tocó cerrar el apartamento donde transcurrieron más de 30 años de sus vidas. Y es que cerrar una casa que ha sido hogar es vaciar un lugar lleno de significados que entraña vivencias de familia, tarea dolorosa y sensible pues son lugares con sabores a hogar que vienen desde la infancia y la adolescencia y que se avivan cuando formamos familia y llegan los hijos. Vaciar lugares donde se vivió es abrir cajones, closets y alacenas para decidir qué quedarnos, qué tirar y qué destruir, es resolver en un instante lo que nos seguirá acompañando.

Ahora que estoy próximo al noveno trasteo que realizo desde que me casé y llegaron los hijos, vuelvo la mirada a atrás y pienso en la casa y el hogar de mis padres y también en la casa y el hogar que ahora tengo, pues en el fondo simbolizan la misma casa y el mismo hogar solo que impregnados de legados recibidos y de legados entregados. Sobre esto quiero citar un fragmento de lo que Luis Suárez Mariño escribió en el artículo Lloran las cosas sobre nosotros publicado en Ethic: «En contraposición con esa filosofía perentoria, las cosas del hogar de mis padres, tantas de ellas obsoletas, inservibles, pasadas de moda o superfluas, parecían llevar consigo la condición de eternas e intemporales, y es que habían sido preservadas durante años de la destrucción, tenían un preciso significado y evocaban recuerdos de lo que fuimos; estaban dotadas de sentido porque todas ellas, como expresa Flem en su libro, eran portadoras de huellas humanas. Cada una tenía una historia y un significado preciso que rememoraba a las personas que las habíamos utilizado y con las que habíamos compartido el espacio que ocupaban». Y es que esta relación especial con las cosas las convertía en símbolos, en algo sensible y portador de una significación espiritual; las convertía en cosas con poder de representar algo válido para la conciencia.

Lea: Las microhistorias de familia.

Pero esta capacidad de percibir las cosas de manera simbólica se halla en plena mutación, tal vez sea por la disminución del tamaño de las familias y también de los espacios de habitación o por la crisis del concepto de familia o por la enorme movilidad que tienen los jóvenes o por la distracción tecnológica que afecta el diálogo familiar o por todas a la vez o por otras más. Lo cierto es que esta simbología se ha debilitado y corremos el riesgo de perder el rastro, el olor y el recuerdo de saber de dónde venimos y quiénes somos, aunque seamos conscientes de los que hacemos.

 

«La casa, el hogar y la familia son parte del espacio-tiempo que da forma simbólica a nuestras vidas».

Me temo que estamos olvidando la relación simbólica con las cosas y dejando de crear vínculos permanentes con ellas. Los espacios de las casas donde hubo hogar y familia no son meros lugares, sino derivaciones de múltiples encuentros. En sus paredes y pasillos, en sus muebles y salones, en sus habitaciones y biblioteca, en sus puertas, ventanas y escaleras, en sus cocinas y comedores se depositan los signos rituales del saludo o el abrazo, de los momentos felices y también de aquellos que trajeron tristezas y nostalgias, de las esperanzas que fueron y se fueron, es el movimiento siempre cambiante de las vidas y las labores de los que las habitaron. La casa, el hogar y la familia son parte del espacio-tiempo que da forma simbólica a nuestras vidas.


Armando Rodríguez Jaramillo

Correo: arjquindio@gmail.com   /   Twitter: @ArmandoQuindio


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