¿Para qué los libros?

 


«Como dice Umberto Eco, el libro pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor».


Una canción del Dueto de Antaño (1941 – 1982), agrupación musical que por 41 años interpretó bambucos y otras melodías colombianas y que grabó en distintos sellos fonográficos del país, empieza preguntando: ¿Para qué los libros / ¿Para qué los libros? / Si este amargo libro de la vida enseña / Que el hombre es un pobre / Pedazo de leña / Que arrastra en sus ondas fugaces el río / ¿Para qué los libros, para qué Dios mío?

Este fragmento de Los libros refleja desilusión y desengaño a través de metáforas para decir que no hay nada comparable al libro de la vida con todas sus enseñanzas, incluyendo las que dejaron dolores y sinsabores. Y termina por preguntar: ¿Para qué los libros, para qué Dios mío?

Pero dejando de lado la canción, la historia da cuenta que la humanidad dio un giro sorprendente con la invención de la escritura para desprenderse de la oralidad como único medio de pasar el conocimiento entre generaciones con los riesgos que una práctica de estas características implicaba. Con el paso de los siglos, a través de sucesivas innovaciones, la humanidad almacenó y compartió su conocimiento en forma de escritura.

Este trasegar ha sido largo y fructífero. Fueron los sumerios en la Mesopotamia del año 4000 antes de nuestra era (a. n. e.) los que inventaron la escritura cuneiforme al imprimir signos (precursores de las letras) sobre tablillas de arcilla. Luego, en Egipto (2400 a. n. e), se inventaron las hojas de papiros a partir de una especie de junco sobre las que se escribía usando un cálamo afilado y que se almacenaban en rollos que se guardaban en tubos de madera. Mas tarde vino el pergamino (siglo II a. n. e.), que representó un nuevo material para la escritura hecho a partir de una membrana delgada de la piel de animales, soporte que por las siguientes diez y seis centurias sirvió para guardar textos escritos que fueron dispuestos en códices, los cuales tenían aspectos de libros con hojas de papiros o de pergaminos pegadas y protegidas con una cubierta de madera que facilitaba su disposición y consulta.

 

«… y fue sólo hasta la invención de la imprenta en 1455, que se masificó la producción de libros democratizando el acceso a la lectura, difundiendo la educación y disminuyendo el analfabetismo».

 

Por siglos la reproducción de textos se hizo a través de manuscritos, y fue sólo hasta la invención de la imprenta por el alemán Johannes Gutenberg en 1455, que se masificó la producción de libros democratizando el acceso a la lectura, difundiendo la educación y disminuyendo el analfabetismo. En tiempos contemporáneos, con la revolución digital, presenciamos la llegada de los libros electrónicos y muchas otras formas de almacenar y difundir información escrita en formatos digitales que hizo realidad el ese salto cuántico de la Cuarta Revolución Industrial, palanca que está modificando la historia de la humanidad.

De ahí que la transmisión del pensamiento, la difusión de las ideas y la conservación del conocimiento no hubiera sido posible sin la escritura y sin un soporte donde consignarla y almacenarla. La historiadora y escritora Violet Moller nos trae en La ruta del conocimiento (Editorial Taurus, 2019) un fascinante relato sobre cómo, a través de una intrincada red de conexiones entre el mundo islámico y la cristiandad, se logró traducir del griego y el latín un enorme cúmulo de conocimientos en astronomía, matemáticas, medicina, filosofía y literatura, que pasó del mundo antiguo (griego) y latino al medioevo hasta llegar al renacimiento y la ilustración. Todo ello, dice Moller, gracias a papel que jugaron las bibliotecas de Alejandría, Bagdad, Córdoba, Toledo, Salerno, Palermo y Venecia, conocimiento que nos llegó escrito en múltiples formatos.

  

«… la transmisión del pensamiento, la difusión de las ideas y la conservación del conocimiento no hubiera sido posible sin la escritura y sin un soporte donde consignarla y almacenarla».


Bien lo dice Irene Vallejo en su maravillosa obra El infinito en un junco (Editorial Siruela, 2021), en la que con gran sensibilidad y soltura narrativa trata sobre la invención de los libros en el mundo antiguo fundiendo tiempos e historias en un mismo crisol para hilvanar esa aventura colectiva de quienes solo han concebido la vida en compañía de la palabra escrita. En un exquisito párrafo Vallejo nos dice: «El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor».  

Si la canción Los libros, interpretada por el amalfitano Camilo García Bustamante y el sopetranero Ramón Carrasquilla del dueto de marras, hoy se canta es gracias a que alguien la imaginó, la escribió y compuso su música, canción que en uno de sus apartes señala con desencanto: Leí muchos libros / Leí tanto, tanto / Que al fin se cansaron de hacerlo mis ojos.  ¿Acaso la humanidad se cansa de la lectura? Según la editora y escritora norteamericana Emily Temple, en el artículo ¿Cuántos libros se pueden leer en una vida? publicado en la web de PlanetaLibros, define, basada en datos del Pew Research Center, tres perfiles de lector: lector medio, que lee 12 libros anuales; lector voraz, que lee 50; y el superlector, que puede llegar a 80. En el mismo artículo se lee que Canadá y Suiza son los países que tienen un promedio lector más alto (20 libros por año), seguidos de Finlandia con 17 títulos anuales. Más atrás está la media lectora en España con 10 libros al año. En cuanto a nuestro país, según sondeos recientes de la Cámara Colombiana del Libro, los hábitos de lectura han mejorado hasta llegar a 2,7 libros por persona año, cifra modesta por demás.

Finalmente, sólo quiero dejar algunas preguntas abiertas: ¿Cuántos libros leemos al año? ¿Cuántas horas promedio dedicamos a la lectura? ¿Con que frecuencia vamos a una librería y entramos a una biblioteca? ¿Cuándo fue la última vez que regalamos o que nos que nos obsequiaron un libro? ¿Cuáles son los tres libros más apasionantes que hemos leído?

 

Armando Rodríguez Jaramillo

 arjquindio@gmail.com  / @ArmandoQuindio


Publicar un comentario

1 Comentarios

  1. Como siempre, importantes escritos de un historiador nato, Armando nos llevas hoy a un nuevo viaje a través del tiempo con el tema quizás más relevante para el desarrollo humano, sin las bases históricas de cada disciplina del conocimiento, hubiese sido imposible avanzar hasta donde hemos llegado y hasta donde viajaremos muy seguramente en el futuro; verdad es que las tecnologías masifican la comunicación pero también vemos la fragilidad en cuanto a la veracidad de sus efímeros contenidos y es aquí donde los libros escritos nunca perderán su incuestionable valor, de nuevo gracias Doctor Armando por deleitarnos con sus maravillosos escritos

    ResponderBorrar