Cada vez que inicia un
nuevo decenio tendemos a mirar hacia atrás para hacer el balance del que
culmina y proyectar lo que deseamos lograr en el siguiente, entonces nos
fijamos metas y asumimos desafíos.
De ahí que 2020 sea algo
así como el año del pistoletazo de partida de una era en la que el debate sobre
una nueva agenda de desarrollo y las
políticas públicas para su ejecución está a la orden del día, pues los
desafíos que plantea la tercera década del siglo XXI para departamentos como el
Quindío son radicalmente diferentes a los afrontados en los últimos años. No
obstante, un buen punto de partida para trasegar por esta senda es reconocer
los logros alcanzados e identificar las limitaciones que aún persisten, esas que
se evidencian en brechas sociales, económicas y ambientales.
Opino que es arriesgado focalizar las opciones de futuro en
las expectativas que suscitan proyectos de infraestructura tales como: la doble calzada Ibagué,
Calarcá y La Paila, el túnel de La Línea, la ampliación y modernización del
aeropuerto internacional El Edén, la recuperación del Ferrocarril de Occidente
y una eventual plataforma logística, pues estos proyectos, si bien demandan un
gran esfuerzo de lobby por parte de la dirigencia local ante el gobierno central
para su ejecución, no dejan de ser iniciativas
de la nación que la región recibe sin mayor desvelo para planearlos y menos
para realizarlos. Así que el desarrollo no nos va a llegar si continuamos insistiendo
mayoritariamente en la estrategia de exigir obras de infraestructura, que por
sí solas no son portadoras de progreso, y no en la tarea de construir opciones
de futuro.
En consecuencia, es
imperativo buscar ideas fuerza que maximicen
las oportunidades regionales, ideas que ahonden en el aprovechamiento de los
proyectos mencionados para incentivar el fortalecimiento empresarial, la
atracción de inversión, la creación de empresas, la retención del talento
humano, la generación de empleo de calidad, el mejoramiento del ingreso per
cápita y cosas parecidas. Ideas fuerza fundadas en el conocimiento y en ciencia,
tecnología e innovación; cimentadas en la competitividad y productividad;
enmarcadas en la globalidad. No de otra forma podremos encontrar la senda de la
prosperidad.
Hay que avanzar sin vacilaciones hacia un ejercicio de reflexión
que nos dote de una visión de futuro de mediano y largo plazo. Una visión renovada y oxigenada,
innovadora y disruptiva, que refresque los agotados paradigmas del presente,
que sea estructurada, realista y transformadora. Una visión que vaya más allá
de una simple reproducción del pasado y una extrapolación lineal del presente.
Una visión que considere el futuro como un blanco móvil.
Por tanto, llegó el momento de ser osados, de explorar
alternativas de cambio de nuestras estructuras políticas, económicas y sociales.
No le tengamos miedo a soñar con una década de oportunidades inmensas, pero sin
divagar en quimeras y fantasías, sin distraernos en debates políticos estériles.
Este proceso se debe basar en una lectura realista que atienda los debates
intelectuales contemporáneos y los paradigmas de la Cuarta Revolución
Industrial, que considere las oportunidades de la inteligencia artificial, el
internet de las cosas, la automatización, el big data, las ciudades
inteligentes, la industria 4.0, la agricultura de precisión y demás adelantos
tecnológicos.
Este debate sobre el
desarrollo y el bienestar se debe ocupar del tránsito hacia una sociedad y una
economía del conocimiento, sin lo cual no podríamos entender el mundo moderno. Entonces,
si estas son las premisas, ¿Cómo cambiar
la forma de hacer política, el modelo de administración pública, la estructura
productiva, el sistema educativo, el uso de la ciencia y la tecnología, la
apropiación de la innovación y la organización social?
Como el desafío no es de
menor calado, nuestra visión de futuro, cualquiera que ella sea, la deberíamos orientar
por ideas fuerza que integren, entre otros, los siguientes elementos:
- Elaborar una agenda de ruptura basada en el desarrollo productivo y la innovación, en la competitividad y la productividad, con un nuevo arreglo institucional y dotada de incentivos.
- Privilegiar la educación y la CT+i, y en especial la sostenibilidad ambiental y la lucha contra el cambio climático.
- Adoptar una estrategia de crecimiento orientada a transformar las ventajas comparativas en competitivas.
- Avanzar hacia la especialización inteligente del territorio con cadenas de valor y clústeres locales integrados a los flujos globales del comercio.
- Estimular los emprendimientos de base tecnológica.
- Conformar centros de pensamiento que se focalicen en ejercicios prospectivos y planteen a la sociedad alternativas de futuro por escenarios.
- Pensar y actuar sistémicamente y ver la competitividad y la innovación como un instrumento de progreso, calidad de vida e inclusión social.
Armando Rodríguez
Jaramillo
@arj_opina
0 Comentarios